PRÓLOGO
Muchos abuelos, bisabuelos o padres que llegaron desde Europa hace unos años, lo hicieron por diversas razones, pero con algo en común: la búsqueda de un futuro mejor, más digno, y más humano.
Tal es el caso de mis abuelos Emilio Finocchi inmigrante italiano y Avelino Zubiat, vasco francés.
Este trabajo, es en homenaje a ellos, de los que no pude tener casi ninguna información, y ya no tengo a quien consultarle y a Francisco La Spina y Antonina Rocco, familia de mi esposa, de los que he podido, por la cercanía, recopilar algunos datos.
Ésta es una historia de inmigrantes italianos que durante muchos siglos se dispersaron a los cuatro rincones del mundo, pero solamente en dos países son la mayoría de la población: en Italia y en Argentina.
La relación entre ambos países, se remonta a fines del siglo XIX y principios del XX, cuando desde el corazón de Europa miles de personas emigraron hacia el sur buscando un nuevo horizonte en sus vidas.
En esa época, se radicaron en el país más de 2 millones de ciudadanos italianos y por momentos, llegaron a ser casi la mitad de la población del país. Se estima que en la actualidad, un gran porcentaje de la población argentina tiene alguna ascendencia europea y que al menos 25 millones están relacionados con algún inmigrante de Italia.
La Idea es que recuerden ésta historia y no se pierdan los datos con el tiempo. He tratado de relatar los momentos más importantes de la familia de mi esposa María, inspirado en los alegres relatos de mi suegro Carmelo y en especial por los vividos en la compañía de mi suegra Josefina, durante tantas horas de compañía en éstos últimos años y de la que recibí tanto cariño.
Eduardo Finocchi / 2020